martes, 12 de marzo de 2013

Bajo la lluvia del tiempo de Víctor Gutiérrez Román


El mundo es ancho y ¿ajeno?
Para entender Bajo la lluvia del tiempo

                Después de la feliz infancia, en donde los días transcurren largos y diáfanos, a una velocidad de la cámara lenta y con la luminosidad del flash de una cámara instantánea, se inicia el inquietante paso por la adolescencia y el inicio de la adultez. Es un proceso de crecimiento en todos sentidos: en lo físico las transformaciones son evidentes. Sale el bigote y vellos por todos lados; dejamos nuestra complexión esmirriada o rolliza para embarnecer o convertirnos en corpulentos. La voz abandona su tono aflautado para buscar timbres más sonoros. Hay ocasiones en que los cambios son tan radicales que en pocos años, a veces ni nuestra madre nos reconoce cuando abandonamos la “tierna” infancia.
            Pero también se inicia nuestra madurez intelectual, emocional. Se agudiza nuestra hambre por el conocimiento, el asombro por ese mundo que nos resultaba desconocido hasta entonces, lo que se puede ver enriquecido cuando se tiene la oportunidad de que este proceso se dé en una ciudad distinta a donde nacimos.
            Sin duda es un privilegio que a muchos mochitenses nos tocó de que esta ciudad iniciática fuese Guadalajara. Esa pequeña gran metrópoli, a juzgar por las dimensiones de la ciudad de México, nos ofrecía un acercamiento brutal con el primer mundo, sobre todo para quienes veníamos de una ciudad que aún no abandonaba sus costumbres de rancho, de pueblo chico e infierno grande.
            Guadalajara era un libro abierto para aquel que se iniciara en la lectura de la vida: escuelas, maestros y profesionistas, lugares de diversión, calles, avenidas, transporte, un mundo de personas que más allá de las valoraciones éticas, eran pequeños y grandes bichos en el laboratorio para que experimentes en el nombre de la ciencia, el arte y el placer, pero que más allá del método científico, la mayéutica y el dialéctico, viene uno a caer en el manido ensayo de prueba y error.
            Aun en las peores condiciones y con los más fatales resultados, uno salía fortalecido por el conocimiento y la experiencia; nos afilaba el buen juicio y nos veíamos enriquecidos por esa extraña ganancia de la vida que hasta entonces era una absoluta desconocida: la madurez.
            No en vano se dice que la verdadera inteligencia se fortalece ante las dificultades, ante las experiencias negativas y desalentadoras, pues son las que nos permiten encontrar nuevos caminos y rutas, alentar nuevas respuestas y estilos, ir por los senderos que siendo desconocidos aún nos tienen señaladas experiencias de una vida por conocer.
            Guadalajara, para mí y seguramente para muchos salidos de Los Mochis, resultó una experiencia enriquecedora, un caudal de nuevos conocimientos, el despertar de apetitos intelectuales y académicos que nos llevaron a un mejor desarrollo profesional y al mismo encuentro con las vocaciones que nos deparaba la vida.
            Por eso, Bajo la lluvia del tiempo, este segundo libro de las memorias de Víctor Gutiérrez Román, me han llevado igualmente por los caminos de la nostalgia y el reencuentro con los lugares que representaron mi crecimiento desde la inquieta adolescencia a la madurez en ciernes.
            Además, sorprende que la mirada de Víctor nos dé cuenta de hechos trascendentes que para muchos quizás hayan pasado desapercibidos o que al menos no pudieron captar los detalles de la emoción de esos momentos. Nada más preciso en su título, Bajo la lluvia del tiempo, pues a pesar de los años transcurridos, Víctor sabe presentar cada lugar como aparecía en aquellos momentos, testimoniando no sólo la presencia física de los espacios, sino las emociones que para un joven tienen muchos de esos acontecimientos que finalmente fueron a parar a las páginas de la historia.
            Es notable como Víctor en su juventud, ávida de conocimiento, no pierde de vista hechos relevantes como lo que puede conocer en un museo o de la historia de un edificio, como el impacto que le causó el brazo de Primitivo Ron, el hombre que asesinó al gobernador del estado de Jalisco, Ramón Corona, en noviembre de 1889, y que los sinaloenses recordamos de manera especial por haber estado al frente del Ejército de Occidente en tiempos de la Reforma y la Intervención Francesa, peleando en Sinaloa por la causa liberal y republicana, al lado de figuras como Plácido Vega, Antonio Rosales, Eustaquio Buelna y Domingo Rubí, entre otros personajes que aún recordamos, al menos en la nomenclatura de las calles sinaloenses.
            La llegada a Guadalajara del mariscal Tito, el hombre fuerte de Yugoslavia, da pie para enlazarla a un sinnúmero de acontecimientos y personajes, que van enriqueciendo el dato en un compendio de los conocimientos que por entonces adquirieron cierta valía y que nos sirven para conocer el impacto que iban ocasionando en la inquieta mirada de Víctor.
            Pero lo mismo ocurre con el asesinato de John F. Kennedy, en Dallas, Texas; la muerte del Che Guevara en Bolivia, los aires del movimiento estudiantil del 68 y los ecos de las Olimpiadas, así como el ambiente festivo y alegre del Mundial de Futbol de 1970.
            Cada hecho, cada acontecimiento, se mira no sólo desde la óptica de un periódico de época, sino desde la perspectiva del joven estudiante al que le impacta cada uno de esos sucesos en su vida familiar y el ambiente de su vida estudiantil. Al fin una historia personal, es la personal resonancia de cada uno de estos grandes acontecimientos en una mínima historia de un joven provinciano.
            A la distancia del escenario de los hechos, aunque cercana e íntima, Los Mochis permanece como la novia que paciente espera el regreso de aquel joven que está en proceso de convertirse en un profesionista, en un hombre.
            Víctor en Bajo la lluvia del tiempo nos muestra lo que permanece más allá de la pátina, más allá del temporal. Atrás quedó la niñez, atrás queda la adolescencia. Por delante, un mundo que es ancho, pero que ha dejado de ser ajeno…

José Armando Infante
Cronista de Los Mochis
Febrero de 2013.

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