Para
entender Bajo la lluvia del tiempo
Después
de la feliz infancia, en donde los días transcurren largos y diáfanos, a una
velocidad de la cámara lenta y con la luminosidad del flash de una cámara
instantánea, se inicia el inquietante paso por la adolescencia y el inicio de
la adultez. Es un proceso de crecimiento en todos sentidos: en lo físico las
transformaciones son evidentes. Sale el bigote y vellos por todos lados;
dejamos nuestra complexión esmirriada o rolliza para embarnecer o convertirnos
en corpulentos. La voz abandona su tono aflautado para buscar timbres más
sonoros. Hay ocasiones en que los cambios son tan radicales que en pocos años,
a veces ni nuestra madre nos reconoce cuando abandonamos la “tierna” infancia.
Pero también
se inicia nuestra madurez intelectual, emocional. Se agudiza nuestra hambre por
el conocimiento, el asombro por ese mundo que nos resultaba desconocido hasta
entonces, lo que se puede ver enriquecido cuando se tiene la oportunidad de que
este proceso se dé en una ciudad distinta a donde nacimos.
Sin duda es
un privilegio que a muchos mochitenses nos tocó de que esta ciudad iniciática
fuese Guadalajara. Esa pequeña gran metrópoli, a juzgar por las dimensiones de
la ciudad de México, nos ofrecía un acercamiento brutal con el primer mundo,
sobre todo para quienes veníamos de una ciudad que aún no abandonaba sus
costumbres de rancho, de pueblo chico e infierno grande.
Guadalajara
era un libro abierto para aquel que se iniciara en la lectura de la vida:
escuelas, maestros y profesionistas, lugares de diversión, calles, avenidas,
transporte, un mundo de personas que más allá de las valoraciones éticas, eran
pequeños y grandes bichos en el laboratorio para que experimentes en el nombre
de la ciencia, el arte y el placer, pero que más allá del método científico, la
mayéutica y el dialéctico, viene uno a caer en el manido ensayo de prueba y
error.
Aun en las
peores condiciones y con los más fatales resultados, uno salía fortalecido por
el conocimiento y la experiencia; nos afilaba el buen juicio y nos veíamos
enriquecidos por esa extraña ganancia de la vida que hasta entonces era una
absoluta desconocida: la madurez.
No en vano
se dice que la verdadera inteligencia se fortalece ante las dificultades, ante
las experiencias negativas y desalentadoras, pues son las que nos permiten
encontrar nuevos caminos y rutas, alentar nuevas respuestas y estilos, ir por
los senderos que siendo desconocidos aún nos tienen señaladas experiencias de
una vida por conocer.
Guadalajara,
para mí y seguramente para muchos salidos de Los Mochis, resultó una
experiencia enriquecedora, un caudal de nuevos conocimientos, el despertar de
apetitos intelectuales y académicos que nos llevaron a un mejor desarrollo
profesional y al mismo encuentro con las vocaciones que nos deparaba la vida.
Por eso, Bajo la lluvia del tiempo, este segundo
libro de las memorias de Víctor Gutiérrez Román, me han llevado igualmente por
los caminos de la nostalgia y el reencuentro con los lugares que representaron
mi crecimiento desde la inquieta adolescencia a la madurez en ciernes.
Además,
sorprende que la mirada de Víctor nos dé cuenta de hechos trascendentes que
para muchos quizás hayan pasado desapercibidos o que al menos no pudieron
captar los detalles de la emoción de esos momentos. Nada más preciso en su
título, Bajo la lluvia del tiempo,
pues a pesar de los años transcurridos, Víctor sabe presentar cada lugar como
aparecía en aquellos momentos, testimoniando no sólo la presencia física de los
espacios, sino las emociones que para un joven tienen muchos de esos
acontecimientos que finalmente fueron a parar a las páginas de la historia.
Es notable
como Víctor en su juventud, ávida de conocimiento, no pierde de vista hechos
relevantes como lo que puede conocer en un museo o de la historia de un
edificio, como el impacto que le causó el brazo de Primitivo Ron, el hombre que
asesinó al gobernador del estado de Jalisco, Ramón Corona, en noviembre de
1889, y que los sinaloenses recordamos de manera especial por haber estado al
frente del Ejército de Occidente en tiempos de la Reforma y la Intervención
Francesa, peleando en Sinaloa por la causa liberal y republicana, al lado de
figuras como Plácido Vega, Antonio Rosales, Eustaquio Buelna y Domingo Rubí, entre
otros personajes que aún recordamos, al menos en la nomenclatura de las calles
sinaloenses.
La llegada a
Guadalajara del mariscal Tito, el hombre fuerte de Yugoslavia, da pie para
enlazarla a un sinnúmero de acontecimientos y personajes, que van enriqueciendo
el dato en un compendio de los conocimientos que por entonces adquirieron
cierta valía y que nos sirven para conocer el impacto que iban ocasionando en
la inquieta mirada de Víctor.
Pero lo
mismo ocurre con el asesinato de John F. Kennedy, en Dallas, Texas; la muerte
del Che Guevara en Bolivia, los aires del movimiento estudiantil del 68 y los
ecos de las Olimpiadas, así como el ambiente festivo y alegre del Mundial de
Futbol de 1970.
Cada hecho,
cada acontecimiento, se mira no sólo desde la óptica de un periódico de época,
sino desde la perspectiva del joven estudiante al que le impacta cada uno de
esos sucesos en su vida familiar y el ambiente de su vida estudiantil. Al fin
una historia personal, es la personal resonancia de cada uno de estos grandes
acontecimientos en una mínima historia de un joven provinciano.
A la
distancia del escenario de los hechos, aunque cercana e íntima, Los Mochis
permanece como la novia que paciente espera el regreso de aquel joven que está
en proceso de convertirse en un profesionista, en un hombre.
Víctor en Bajo la lluvia del tiempo nos muestra lo
que permanece más allá de la pátina, más allá del temporal. Atrás quedó la
niñez, atrás queda la adolescencia. Por delante, un mundo que es ancho, pero
que ha dejado de ser ajeno…
José
Armando Infante
Cronista de Los Mochis
Febrero de 2013.
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